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Los factores que determinan tu suerte

29 enero, 2020 by El Negrito

Richard Wiseman es un investigador británico y profesor del Entendimiento Público de la Psicología en la Universidad de Hertfordshire en el Reino Unido. Es conocido como el psicólogo experimental más interesante e innovador del mundo de hoy. 

Sus investigaciones han sido publicadas en las principales revistas académicas. Ha escrito varios superventas populares de psicología que han sido traducidos a 30 idiomas. Ha dado varios discursos de apertura para la Real Sociedad, el Foro Económico Suizo, Google y Amazon.

Richard Wiseman lleva muchos años estudiando y realizando experimentos que pueden enseñarnos muchas cosas acerca de cómo nuestro cerebro interpreta y responde ante determinadas situaciones. Y sus particulares resultados proponen importantes respuestas prácticas en lo que se podría comparar con una suerte de «Ciencia de la vida», algo a lo que él llama Rarología.

Wiseman se pasó una década intentando entender por qué unos se consideran afortunados y otros, desafortunados. Podríamos decir que es el mayor investigador de la suerte. Incluso ha fundado la llamada Escuela de la Suerte.

Según él, ser o no afortunado no depende de factores externos: el 90% de lo que nos ocurre depende de nuestra forma de pensar y ver el mundo.

Nadie nace con suerte, pero existen tres factores que determinan nuestra suerte, y conocerlos, nos puede ayudar a tenerla. 

  1. Usa tu inteligencia intuitiva

La gente con suerte suele hacerle mucho caso a su intuición, mientras que los desafortunados la ignoran completamente. No ignores lo que te dice cada fibra de tu ser.

Ya lo dijo también Malcolm Gladwell en su libro Inteligencia intuitiva: La clave está en decidir sin pensar, es decir, de tomar decisiones de manera inconsciente.

  1. Nunca te rindas ante el fracaso

El investigador Wiseman lo explica muy claro: si eres optimista y piensas que, tarde o temprano, te sucederán cosas buenas, así ocurrirán, la suerte vendrá a buscarte. Y siempre trata de buscar las oportunidades positivas que vienen con cada nueva situación. No tires la toalla. Aprieta el paso y mira que nuevas puertas se abren creándote nuevas oportunidades.

  1. No te asustes de los cambios.

Porque forman parte del proceso de la vida. Ante un cambio, una persona con suerte actuará con decisión y de manera positiva y siempre lo verá como una oportunidad. Una oportunidad de empezar de nuevo y de conseguir algo distinto. 
Esta capacidad de imaginar al instante que todo podría haber sido mucho peor se denomina mentalidad de inversión.

El secreto está en convertir la mala suerte en buena suerte. Si los resultados de tu decisión no son los esperados, asúmelos, dales la bienvenida y embárcate en una nueva aventura con mentalidad abierta y siempre positiva.

Sigue estas tres pautas y verás como la suerte y la vida te cambia. No nacemos con suerte. La dejamos entrar en nuestra vida. Sé más perceptivo, más abierto.

  • Para demostrar lo cerrados y obtusos que normalmente somos, Wiseman realizó el siguiente experimento…

En una televisión los espectadores podían ver a unos jugadores de baloncesto pasándose el balón. A continuación se les pedía que contasen el número de pases que realizaban. Mientras esto duraba, y con los espectadores contando «1,2,3…», en un momento dado hacía acto de presencia en las imágenes un hombre disfrazado de gorila, que miraba a la cámara.
¿Qué sucedió? ¡Pues que muy pocas personas vieron ese gorila! Su atención estaba fija en otra cosa y no captaron a ese personaje no invitado.

Esto viene a demostrar la actitud que tenemos en la vida. Lo poco intuitivos que somos, incluso ante algo que sucede ante nuestras narices.

Y recordamos, lo que Wiseman, lo que repite una y mil veces: Lo importante es la actitud. La de personas afortunadas les permite convertir la mala suerte en buena suerte logrando el control de las situaciones y de su vida.

Presta atención a tus intuiciones. Y sé positivo verás como la suerte te acompañará.

Si sueñas… Loterías. Yo sé que me va a tocar. No sé cuándo será… pero me tocará. ¿Y tú, lo intuyes?

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La suerte sí existe según la ciencia

29 enero, 2020 by El Negrito

El titular no deja lugar para las dudas: La ciencia confirma que la suerte existe. Richard Wiseman, psicólogo investigador de la Universidad de Hartfordshire y autor del libro The luck factor lo explica muy claro: La realidad es que tus pensamientos crean en tu vida la suerte.

El trabajo de Richard Wiseman en colaboración con los doctores e investigadores Dr. Matthew Smith y el Dr. Peter Harris, según relatan, fue concebido originalmente para explorar científicamente las diferencias psicológicas entre las personas que se consideraban excepcionalmente afortunadas y desafortunadas. 

Desde entonces, el Dr. Wiseman ha trabajado para identificar los cuatro principios básicos utilizados por las personas afortunadas para crear buena fortuna en sus vidas y desarrollar técnicas que permitan a las personas mejorar su propia suerte.

Según el Dr. Wiseman, la suerte no es algo que te pasa a ti, sino es algo que tú creas. Este psicólogo e investigador de la suerte explica que este es un concepto fundamental que se debe tener muy interiorizado, ya que -según su teoría– para tener buena suerte es especialmente importante la manera en cómo te ves a ti mismo y al mundo. La gente suertuda es muy positiva, atrae a la gente a ella, cuando ven una oportunidad la aprovechan y son resilientes. Sin embargo, la gente con mala suerte se escuda en el realismo y visualizan un futuro negativo y generan más posibilidades de que se cumpla.

El psicólogo añade una serie de sencillos ejercicios para incorporar en el día a día y lograr atraer la buena fortuna:

¿Cómo crear la buena suerte?

1. Sonreír.

Incluso sin ganas de hacerlo, y mantén la sonrisa 20 segundos. Repite varias veces. Notarás una corriente de bienestar, producida la liberación de endorfinas y serotonina que provoca este simple gesto. Además, una actitud risueña atrae la atención de tu entorno y genera una respuesta más positiva. 

2. No cerrarse a nuevas experiencias.

El especialista aconseja apostar por acudir al cine o a un evento cultural, en el que se pueden propiciar los encuentros sociales y conocer nuevas personas. Se trata de hacer algo nuevo cada vez, aunque sea algo tan insignificante como probar platos de comida diferentes. 

3. Acepta los cambios.

Intenta pensar que «todo cambio es para mejor» para mantener una actitud positiva y encajar mejor todo lo inesperado. Se han de buscar las oportunidades positivas que vienen con cada nueva situación. 

4. ¡Prioriza lo positivo!

Se han de tener siempre en mente las experiencias positivas para poder ver realmente el lado bueno de todo lo que sucede. Es importante no regodearse en la creencia de poseer mala fortuna para no generar con ella un sentimiento identitario. 

5. Equilibra lo negativo.

Para compensar el impacto de un mal comentario, trata de decir cinco positivos.

Según estos investigadores, las personas afortunadas toman decisiones efectivas al escuchar su intuición y sus instintos. Además, toman medidas para escuchar sus instintos y corazonadas, e impulsan activamente sus habilidades intuitivas, como por ejemplo, meditar y despejando su mente de otros pensamientos. Reflexionando sobre sus corazonadas, enfocándose, o aprendiendo a zambullirse en ellas.
También afirman que los afortunados están seguros de que el futuro estará lleno de buena fortuna. Estas expectativas se convierten en profecías auto cumplidas al ayudar a las personas afortunadas a persistir ante el fracaso y moldear sus interacciones con los demás de una manera positiva.

Además, ellos esperan que su buena fortuna continúe en el futuro. E intentan alcanzar sus objetivos, incluso si sus posibilidades de éxito parecen escasas y perseveran ante el fracaso. Y siempre esperan que sus interacciones con los demás sean afortunadas y exitosas.

Tienen muy claro que las personas afortunadas emplean diversas técnicas psicológicas para hacer frente, y a menudo incluso prosperar, con la mala fortuna que se les presenta.

Por ejemplo, las personas que se toman así la vida, espontáneamente imaginan cómo las cosas podrían haber sido peor. Mirando así el lado positivo de su mala suerte. Están convencidos de que cualquier mala fortuna en su vida, a la larga, funcionará de la mejor manera. Y siempre toman el control de la situación tomando los pasos constructivos para evitar más mala suerte en el futuro.

Ya lo dijo Louis Pasteur, La fortuna favorece a la mente preparada.

… Y la verdad, es que merece la pena probar. Cambiar y ver la vida siempre de manera positiva.

Si sueñas… sonríe a la vida. Siempre Loterías.

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La suerte y la fortuna siempre han estado en nuestra boca

29 enero, 2020 by El Negrito

Cuantas veces habremos dicho y oído: Desgraciado en el juego, afortunado en amores. Como si tener mala suerte en los juegos de azar hace que se tenga buena suerte en el amor. 

Es un dicho que no comparto. Pienso que lo dijo uno un día que se resignó, se autoconvenció de que el hecho de que no le acompañara la suerte, significaba que iba a encontrar el amor. 

Nunca entendí porqué han de unirse ambas premisas. Es como decir si eres desgraciado en el juego, nunca se te caerán los dientes. 

O… si te toca la lotería… ¡vaya! Entonces, para compensar se te va a estallar el apéndice. ¡Soberana tontería!

Sigamos.

Séneca, a mi parecer fue más sabio. Expresó hace ya demasiados años una frase que aún hoy, se mantiene en el tiempo: La fortuna nunca hizo a un hombre sabio.

Y por lo que se ve, el dramaturgo John Webster le contestó cuando exclamó: Es mejor ser afortunado que sabio.

El dinero desde luego puede impulsar carreras, pagar estudios, hacer deseos realidad, comprar negocios… pero la sabiduría se tiene o quizás se alcanza con la edad. A mi parecer, nada tiene que ver.

Quizás, podríamos concluir con el tema con las sabias palabras de Aristóteles, ni dando la razón a Séneca, ni a Webster: La virtud está en el término medio. 

Otras frases que nos dan que pensar…

Debemos administrar nuestra fortuna como lo hacemos con nuestra salud: Disfrutar de ella si es buena, ser pacientes cuando es mala, y nunca aplicar remedios violentos, excepto en una extrema necesidad. (François de la Rochefoucauld)

Hacemos nuestra propia fortuna y le llamamos destino. (Benjamin Disraeli)

Nadie está satisfecho con su fortuna, ni insatisfecho con su intelecto. (Antonieta Deshouliéres)

Y un proverbio alemán estupendo: La fortuna y la desgracia son dos cubos en el mismo pozo. 

Me gustan especialmente las palabras de del filósofo Desiderius Erasmus, más conocido como Erasmo de Rotterdam. La fortuna favorece a los audaces. 

Todos hemos conocido a personas a las que yo las llamo: Pan sin sal. Con poca vida. Con poca sangre. Sin planes ni proyectos. Con pocas ilusiones e inquietudes. Con pocas miras. Viven la vida sin arriesgarse en nada. Sin dejar sitio a la suerte o al destino.  No juegan a nada, no disfrutan porque su rutina cansina es su vida. 

No salen. No viajan. No viven. Son pocas. Muy pocas. Pero existen. Conozco a dos que podrían ilustrar este texto. Son las más extremas. De audacia tienen, lo que yo de astronauta… ¡nada! Pero las respeto. Yo no sería capaz de sonreír con sus decisiones, pero si a ellas las vale, perfecto. Hemos de ser diferentes. Alguien dijo:

Cuando perdemos el derecho a ser diferentes, perdemos el privilegio de ser libres.

O, una frase que me encanta:

Recuerda siempre que eres absolutamente único, al igual que todos los demás. (Margaret Mead)

En la vida hay que tener un poco de arrojo. De osadía. De decisión. No importa equivocarnos. Lo importante es intentarlo. Eso pienso yo.

Quiero terminar con una frase estupenda de un explorador neozelandés, uno de los primeros montañeros que lograron alcanzar con éxito la cima del monte Everest: 

Soy un hombre afortunado. He tenido un sueño y se ha hecho realidad y eso no le suele suceder a menudo a los hombres. (Edmund Hillary)

Si sueñas… Loterías. 

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Cuando la suerte te pasa rozando

29 enero, 2020 by El Negrito

Que la suerte es caprichosa, escurridiza e incluso antojadiza, es tan verdad como las danas o gotas frías que últimamente nos visitan.

Hace escasos días escuché tomando café con un grupo de amigos y conocidos el caso de dos personas que me dio que pensar, y que a continuación os voy a relatar.

El primer caso que quiero compartir es el de mi amiga, Ana, que nos contaba en la cafetería lo que la había pasado estas Navidades a su hermana Lucia… y de lleno a ella… 

Estas navidades como todos los años, los tres hermanos nos intercambiamos décimos. Procuramos siempre que viajamos, comprar al menos un número, para como dice mi hermano Carlos, “Si no viene la suerte a casa… habrá que salir a buscarla. O al menos a su encuentro”.

En diciembre, unos días antes del Gordo, nos juntamos los tres hermanos en Madrid, ya que como sabéis cada uno vivimos en una ciudad, y aprovechamos para pasar el día juntos, comer, ver algún espectáculo… y sobre todo, intercambiarnos décimos que hemos ido comprando. 

Tenemos la costumbre de poner en el reverso del décimo el día exacto en el que lo hemos comprado, una costumbre como otra cualquiera, para así recordar, cómo lo compramos… Si fue en un viaje de trabajo, en un puente… 

… como cuando éramos pequeños con los cromos… Yo me quedo con este número y coge uno de estos que compre en Segovia… y de éste que tienes dos… los compartimos… 

Al finalizar nuestro encuentro, cada uno nos llevamos nuestro sobrecito con nuestros décimos. 

Forma parte de nuestro acuerdo, cada uno juega sus números, muchos los compartimos. Otros de los que sólo tenemos un décimo, puede que si el número nos ha gustado a los tres, por el reverso los tres lo firmamos y jugamos. Pero no es lo normal. Cada uno suele tener los suyos y casi siempre muy diferentes.

Nos divierte desde hace más de quince años esa rutina que hemos adquirido.

Este año, como todos, nos llamamos para saber si alguno ha tenido especial suerte… y… yo sinceramente recordaba un número feo… con el que nos reímos… y no paraba de pensar en él… lo tenía en la cabeza…

Mi hermano Carlos nos dijo que ese número que ninguno quería… el 750, con el que habíamos bromeado: Mira que ir hasta Tenerife y comprar ese décimo… en qué estabas pensando… le dijo a mi hermana Lucia…

Pues… ¡Un tercer premio en la Lotería de Navidad! 400.000 euros al décimo.  

Mi hermana y yo nos quedamos mudas. Ella lo compró. Y yo no lo quise. Y mi hermano Carlos… pues por hacernos el favor… eligió el último, y se lo guardó porque no había otro.

¡Mudas nos quedamos!

Mi hermana nos contó que lo escogió en la administración de Lotería porque vio el número parcial pensando que los números primeros no eran ceros. Y cuando la lotera se lo dio se quedó fría, pensando en que era muy feo y que no lo quería, pero no supo reaccionar y se lo quedó. 

En la cafetería cada uno comentamos lo que nos acababa de contar, desde «A lo hecho pecho»,  «Ningún número es feo», «La suerte estaba indecisa», «No sabía si ir con tu hermana»… y cambió de idea… «¡Pues yo no lo compartiría!»… «Pues yo sí» o «¡Cómo no!»

Cada uno dimos nuestra opinión. Al final, Ana zanjó la cuestión. Mi hermano Carlos ha decidido que si nos parece bien, vamos a comprar con ese dinero una casita en la playa para juntarnos más a menudo. Y la verdad, Lucia y yo estamos encantadas. Nos ha rozado la suerte… felizmente.

El segundo caso que también me viene a la mente, verídico también, es el que protagonizó un compañero de trabajo… En estas Navidades como no le había tocado nada más que el reintegro en varios números en el sorteo de El Gordo, decidió jugar en el sorteo del Niño sólo lo jugado, lo echado. Ni un céntimo más.

Fue a la administración de Lotería… y pidió a la lotera que no le devolviera el importe de los siete décimos con reintegro. Pero que quería los 7 décimos diferentes. Entre ellos, la lotera le dio sin saberlo, el segundo premio, pero no le gustó y lo cambió por otro terminado en casi la fecha del día de su boda. 

Según nos contó, vio un número que le recordó a su fecha especial… y dijo «cámbiame este por ese»… Ahí la lió. 

Eso nos contó. Y desde luego, por la cara de circunstancia con la que nos lo relataba… coincidiendo en la administración que vendió el número premiado en el sorteo del Niño… pues va a ser verdad lo que es exclamó: que la suerte le pasó rozando…

Yo sigo soñando con que un día la suerte me dará de lleno. Sueño con ese décimo…

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La Lotería nacional y el Museo del Prado

20 enero, 2020 by El Negrito

El Real Museo de Pintura y Escultura, que en 1868 pasó a denominarse Museo Nacional de Pintura y Escultura y posteriormente Museo Nacional del Prado, abrió al público el 19 de noviembre de 1819 con 311 pinturas de la Colección Real, todas de autores españoles, colgadas en sus muros.

Con motivo de ese cumpleaños tan especial, 200 años, el Prado, acertadamente ha previsto un acercamiento a su colección permanente a través de un recorrido por una selección de 10 de las capillas de Lotería Nacional dedicadas a sus obras.

Hasta el 14 de enero, el Museo Nacional del Prado y Loterías y Apuestas del Estado  invitan al visitante a recorrer la colección del Prado desde una nueva perspectiva a través de diez elementos museográficos que alojan una selección de capillas de Lotería Nacional. Cada capilla está ilustrada con la imagen de una obra de la colección permanente del Museo y la más antigua data de 1960.

Este es un breve paseo por esas diez capillas:

1. Sala 75. Capilla del billete del sorteo 84/93, serie 9ª

Resultado de imagen de El pintor Francisco de Goya Vicente López 1826. Óleo sobre lienzo.

El pintor Francisco de Goya. Vicente López. 1826. Óleo sobre lienzo.

Este cuadro, es la imagen más conocida del artista aragonés y uno de los mejores retratos de Vicente López.

2. Sala 63B. Capilla del billete del sorteo 33/72, serie 5ª

Resultado de imagen de Manuel Flores Calderón Antonio María Esquivel Hacia 1842. Óleo sobre lienzo.

Manuel Flores Calderón. Antonio María  Esquivel. Hacia 1842. Óleo  sobre lienzo.

Impresionante cuadro del pintor que logra fundir con mucho acierto la paleta de tradición española en la combinación de colores como el blanco, el negro, el rojo y el gris, junto al refinamiento elegante de la retratística infantil inglesa. Se pueden apreciar como dibuja con detenimiento el adorno de los tirantes y los reflejos del charol de los zapatos, así como en el modelado de las manos o los brillos de las uñas.

3. Sala 63B. Capilla del billete del sorteo 5/1960, serie 2ª

La Niña del Loro. Pareja del anterior, Manuel Flores Calderón, este retrato de la primogénita de la familia, Rafaela, muestra, como es habitual en los retratos femeninos, una mayor intención decorativa, subrayada por el detalle colorista del ave y las flores del jardín.

4. Sala 62B. Capilla del billete del sorteo 11/1960, serie 1ª

María Dolores de Aldama, marquesa de Montelo, es retratada por    Federico de Madrazo en 1855. Aunque fue pintado en París, este retrato que podemos ir a disfrutar, revela la profunda huella de Velázquez y Goya sobre Madrazo, especialmente visible en la elegancia de la pose y los negros del vestido.

5. Sala 62B. Capilla del billete del sorteo 94/93, serie 4ª

Resultado de imagen de Amalia de Llano y Dotres, condesa de Vilches Federico de Madrazo 1853. Óleo sobre lienzo.

Amalia de Llano y Dotres, condesa de Vilches. Federico de Madrazo. 1853. Óleo sobre lienzo.

La modelo, escritora monárquica, distinguida amazona y amiga del artista, posa sentada en una llamativa butaca y destaca en la penumbra del salón. Es un retrato enormemente atractivo y seductor, de clara influencia francesa, que recuerda la estética de Ingres y resulta alejado de la sobria tradición española.

6. Sala 61B. Capilla del billete del sorteo 60/93, serie 9ª, fracción 7ª

El testamento de Isabel la Católica. El pintor madrileño Eduardo Rosales retrata pocos días antes de morir a Isabel la Católica.

Pintada durante la estancia del artista en Roma, es la obra cumbre del género de historia en el siglo XIX y punto de partida de la modernidad en la pintura española a través de Velázquez.

7. Sala 61. Capilla del billete del sorteo 26/1960, serie 4ª

Resultado de imagen de Demencia de doña Juana de Castilla Lorenzo Vallés 1866. Óleo sobre lienzo

Demencia de doña Juana de Castilla. Lorenzo Vallés. 1866. Óleo sobre lienzo

Destaca la utilización dramática que Vallés hace de la luz, que modela las figuras y las integra en el espacio.

8. Sala 63. Capilla del billete del sorteo 68/93, serie 7ª, fracción 7ª

Pintado por Mariano Fortuny hacia 1873, este lienzo titulado Viejo desnudo al sol, logra captar de modo maestro la anatomía del viejo y vierte una interpretación original del color y de la luz, cuyo estudio del natural desarrolló especialmente durante su estancia en Granada.

9. Sala 62A. Capilla del billete del sorteo 27/72, serie 13ª

Resultado de imagen de Los pequeños naturalistas. José Jiménez Aranda. 1893. Óleo sobre lienzo

Los pequeños naturalistas. José Jiménez Aranda. 1893. Óleo sobre lienzo

El pintor se trasladó a Sevilla y allí pintó este cuadro, de sobria delicadeza, que denota una fina observación del natural, a través de un cuidado dibujo y un modelado muy preciso.

10. Sala 62A. Capilla del billete del sorteo 66/93, serie 8ª

El último de los cuadros no está pintado ni más ni menos que por el pintor valenciano Joaquín Sorolla. Titulado ¡Aún dicen que el pescado es caro! En 1894.

El lienzo muestra el interior de la bodega de una barca de pesca en la que un joven marinero, tras sufrir un accidente durante la faena, es socorrido por dos viejos compañeros, con semblante resignado y concentrado. La luz que entra por la escotilla acentúa los volúmenes y confiere dramatismo a la composición.


Si sueñas… Loterías.

¡Suerte!

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¿Conoces el cuento sobre la Lotería de Shirley Jackson?

17 enero, 2020 by El Negrito

Escrito por la gran Shirley Jackson este cuento sobre la lotería publicado en The New Yorker en 1948, nos traslada hasta un pequeño pueblo estadounidense. Allí todos se reúnen en un caluroso día de verano en torno a una tradición en la que todos participan.

Considerada una de las grandes damas del terror, Shirley Jackson llevó el miedo a una tranquila zona provinciana de la América de mitad de siglo. Este relato proclamó a su autora como la reina de la ficción breve y se convirtió en uno de los relatos más paradigmáticos de la narrativa estadounidense.

Casada con un crítico literario de prestigio, Shirley Jackson ahogó sus propios demonios con la bebida y los analgésicos al sentirse que había fracasado como esposa y madre. Incluso se rumorea que ella misma fue apedreada por niños en la ciudad en la que vivían, North Bennington, y que este episodio cruento inspiró la escritura de su relato más célebre.

Leamos este relato en el que el suspense va en aumento y la tensión mueve la trama de manera horizontal, de un personaje a otro. ¡Disfrutad! ¡Y suerte!

La lotería

La mañana del 27 de junio amaneció clara y soleada con el calor lozano de un día de pleno estío; las plantas mostraban profusión de flores y la hierba tenía un verdor intenso. La gente del pueblo empezó a congregarse en la plaza, entre la oficina de correos y el banco, alrededor de las diez; en algunos pueblos había tanta gente que la lotería duraba dos días y tenía que iniciarse el día 26, pero en aquel pueblecito, donde apenas había trescientas personas, todo el asunto ocupaba apenas un par de horas, de modo que podía iniciarse a las diez de la mañana y dar tiempo todavía a que los vecinos volvieran a sus casas a comer.

Los niños fueron los primeros en acercarse, por supuesto. La escuela acababa de cerrar para las vacaciones de verano y la sensación de libertad producía inquietud en la mayoría de los pequeños; tendían a formar grupos pacíficos durante un rato antes de romper a jugar con su habitual bullicio, y sus conversaciones seguían girando en torno a la clase y los profesores, los libros y las reprimendas. Bobby Martin ya se había llenado los bolsillos de piedras y los demás chicos no tardaron en seguir su ejemplo, seleccionando las piedras más lisas y redondeadas; Bobby, Harry Jones y Dickie Delacroix acumularon finalmente un gran montón de piedras en un rincón de la plaza y lo protegieron de las incursiones de los otros chicos. Las niñas se quedaron aparte, charlando entre ellas y volviendo la cabeza hacia los chicos, mientras los niños más pequeños jugaban con la tierra o se agarraban de la mano de sus hermanos o hermanas mayores.

Pronto empezaron a reunirse los hombres, que se dedicaron a hablar de sembrados y lluvias, de tractores e impuestos, mientras vigilaban a sus hijos. Formaron un grupo, lejos del montón de piedras de la esquina, y se contaron chistes sin alzar la voz, provocando sonrisas más que carcajadas. Las mujeres, con descoloridos vestidos de andar por casa y suéteres finos, llegaron poco después de sus hombres. Se saludaron entre ellas e intercambiaron apresurados chismes mientras acudían a reunirse con sus maridos. Pronto, las mujeres, ya al lado de sus maridos, empezaron a llamar a sus hijos y los pequeños acudieron a regañadientes, después de la cuarta o la quinta llamada. Bobby Martin esquivó, agachándose, la mano de su madre cuando pretendía agarrarlo y volvió corriendo, entre risas, hasta el montón de piedras. Su padre lo llamó entonces con voz severa y Bobby regresó enseguida, ocupando su lugar entre su padre y su hermano mayor. La lotería —igual que los bailes en la plaza, el club juvenil y el programa de la fiesta de Halloween— era dirigida por el señor Summers, que tenía tiempo y energía para dedicarse a las actividades cívicas.

El señor Summers era un hombre jovial, de cara redonda, que llevaba el negocio del carbón, y la gente se compadecía de él porque no había tenido hijos y su mujer era una gruñona. Cuando llegó a la plaza portando la caja negra de madera, se levantó un murmullo entre los vecinos y el señor Summers dijo: «Hoy llego un poco tarde, amigos». El administrador de correos, el señor Graves, venía tras él cargando con un taburete de tres patas, que colocó en el centro de la plaza y sobre el cual instaló la caja negra el señor Summers. Los vecinos se mantuvieron a distancia, dejando un espacio entre ellos y el taburete, y cuando el señor Summers preguntó: «¿Alguno de ustedes quiere echarme una mano?», se produjo un instante de vacilación hasta que dos de los hombres, el señor Martin y su hijo mayor, Baxter, se acercaron para sostener la caja sobre el taburete mientras él revolvía los papeles del interior.

Los objetos originales para el juego de la lotería se habían perdido hacía mucho tiempo y la caja negra que descansaba ahora sobre el taburete llevaba utilizándose desde antes incluso de que naciera el viejo Warner, el hombre de más edad del pueblo. El señor Summers hablaba con frecuencia a sus vecinos de hacer una caja nueva, pero a nadie le gustaba modificar la tradición que representaba aquella caja negra. Corría la historia de que la caja actual se había realizado con algunas piezas de la caja que la había precedido, la que habían construido las primeras familias cuando se instalaron allí y fundaron el pueblo. Cada año, después de la lotería, el señor Summers empezaba a hablar otra vez de hacer una caja nueva, pero cada año el asunto acababa difuminándose sin que se hiciera nada al respecto. La caja negra estaba cada vez más gastada y ya ni siquiera era completamente negra, sino que le había saltado una gran astilla en uno de los lados, dejando a la vista el color original de la madera, y en algunas partes estaba descolorida o manchada. El señor Martin y su hijo mayor, Baxter, sujetaron con fuerza la caja sobre el taburete hasta que el señor Summers hubo revuelto a conciencia los papeles con sus manos. Dado que la mayor parte del ritual se había eliminado u olvidado, el señor Summers había conseguido que se sustituyeran por hojas de papel las fichas de madera que se habían utilizado durante generaciones.

Según había argumentado el señor Summers, las fichas de madera fueron muy útiles cuando el pueblo era pequeño, pero ahora que la población había superado los tres centenares de vecinos y parecía en trance de seguir creciendo, era necesario utilizar algo que cupiera mejor en la caja negra. La noche antes de la lotería, el señor Summers y el señor Graves preparaban las hojas de papel y las introducían en la caja, que trasladaban entonces a la caja fuerte de la compañía de carbones del señor Summers para guardarla hasta el momento de llevarla a la plaza, la mañana siguiente. El resto del año, la caja se guardaba a veces en un sitio, a veces en otro; un año había permanecido en el granero del señor Graves y otro año había estado en un rincón de la oficina de correos y, a veces, se guardaba en un estante de la tienda de los Martin y se dejaba allí el resto del año.

Había que atender muchos detalles antes de que el señor Summers declarara abierta la lotería. Por ejemplo, había que confeccionar las listas de cabezas de familia, de cabezas de las casas que constituían cada familia, y de los miembros de cada casa. También debía tomarse el oportuno juramento al señor Summers como encargado de dirigir el sorteo, por parte del administrador de correos. Algunos vecinos recordaban que, en otro tiempo, el director del sorteo hacía una especie de exposición, una salmodia rutinaria y discordante que se venía recitando año tras año, como mandaban los cánones. Había quien creía que el director del sorteo debía limitarse a permanecer en el estrado mientras la recitaba o cantaba, mientras otros opinaban que tenía que mezclarse entre la gente, pero hacía muchos años que esa parte de la ceremonia se había eliminado. También se decía que había existido una salutación ritual que el director del sorteo debía utilizar para dirigirse a cada una de las personas que se acercaban para extraer la papeleta de la caja, pero también esto se había modificado con el tiempo y ahora solo se consideraba necesario que el director dirigiera algunas palabras a cada participante cuando acudía a probar su suerte. El señor Summers tenía mucho talento para todo ello; luciendo su camisa blanca impoluta y sus pantalones tejanos, con una mano apoyada tranquilamente sobre la caja negra, tenía un aire de gran dignidad e importancia mientras conversaba interminablemente con el señor Graves y los Martin.

En el preciso instante en que el señor Summers terminaba de hablar y se volvía hacia los vecinos congregados, la señora Hutchinson apareció a toda prisa por el camino que conducía a la plaza, con un suéter sobre los hombros, y se añadió al grupo que ocupaba las últimas filas de asistentes.

—Me había olvidado por completo de qué día era —le comentó a la señora Delacroix cuando llegó a su lado, y las dos mujeres se echaron a reír por lo bajo—. Pensaba que mi marido estaba en la parte de atrás de la casa, apilando leña —prosiguió la señora Hutchinson—, y entonces miré por la ventana y vi que los niños habían desaparecido de la vista; entonces recordé que estábamos a veintisiete y vine corriendo.

Se secó las manos en el delantal y la señora Delacroix respondió:

—De todos modos, has llegado a tiempo. Todavía están con los preparativos.

La señora Hutchinson estiró el cuello para observar a la multitud y localizó a su marido y a sus hijos casi en las primeras filas. Se despidió de la señora Delacroix con unas palmaditas en el brazo y empezó a abrirse paso entre la multitud. La gente se apartó con aire festivo para dejarla avanzar; dos o tres de los presentes murmuraron, en voz lo bastante alta como para que les oyera todo el mundo: «Ahí viene tu mujer, Hutchinson», y, «Finalmente se ha presentado, Bill». La señora Hutchinson llegó hasta su marido y el señor Summers, que había estado esperando a que lo hiciera, comentó en tono jovial:

—Pensaba que íbamos a tener que empezar sin ti, Tessie.

—No querrías que dejara los platos sin lavar en el fregadero, ¿verdad, Joe? —respondió la señora Hutchinson con una sonrisa, provocando una ligera carcajada entre los presentes, que volvieron a ocupar sus anteriores posiciones tras la llegada de la mujer.

—Muy bien —anunció sobriamente el señor Summers—, supongo que será mejor empezar de una vez para acabar lo antes posible y volver pronto al trabajo. ¿Falta alguien?

—Dunbar —dijeron varias voces—. Dunbar, Dunbar.

El señor Summers consultó la lista.

—Clyde Dunbar —comentó—. Es cierto. Tiene una pierna rota, ¿no es eso? ¿Quién sacará la papeleta por él?

—Yo, supongo —respondió una mujer, y el señor Summers se volvió hacia ella.

—La esposa saca la papeleta por el marido —anunció el señor Summers, y añadió—: ¿No tienes ningún hijo mayor que lo haga por ti, Janey?

Aunque el señor Summers y todo el resto del pueblo conocían perfectamente la respuesta, era obligación del director del sorteo formular tales preguntas oficialmente. El señor Summers aguardó con expresión atenta la contestación de la señora Dunbar.

—Horace no ha cumplido aún los dieciséis —explicó la mujer con tristeza—. Me parece que este año tendré que participar yo por mi esposo.

—De acuerdo —asintió el señor Summers. Efectuó una anotación en la lista que sostenía en las manos y luego preguntó—: ¿El chico de los Watson sacará papeleta este año?

Un muchacho de elevada estatura alzó la mano entre la multitud.

—Aquí estoy —dijo—. Voy a jugar por mi madre y por mí.

El chico parpadeó, nervioso, y escondió la cara mientras varias voces de la muchedumbre comentaban en voz alta: «Buen chico, Jack», y, «Me alegro de ver que tu madre ya tiene un hombre que se ocupe de hacerlo».

—Bien —dijo el señor Summers—, creo que ya estamos todos. ¿Ha venido el viejo Warner?

—Aquí estoy —dijo una voz, y el señor Summers asintió.

Un súbito silencio cayó sobre los reunidos mientras el señor Summers carraspeaba y contemplaba la lista.

—¿Todos preparados? —preguntó—. Bien, voy a leer los nombres (los cabezas de familia, primero) y los hombres se adelantarán para sacar una papeleta de la caja. Guarden la papeleta cerrada en la mano, sin mirarla, hasta que todo el mundo tenga la suya. ¿Está claro?

Los presentes habían asistido tantas veces al sorteo que apenas prestaron atención a las instrucciones; la mayoría de ellos permaneció tranquila y en silencio, humedeciéndose los labios y sin desviar la mirada del señor Summers. Por fin, este alzó una mano y dijo, «Adams». Un hombre se adelantó a la multitud. «Hola, Steve», le saludó el señor Summers. «Hola, Joe», le respondió el señor Adams. Los dos hombres intercambiaron una sonrisa nerviosa y seca; a continuación, el señor Adams introdujo la mano en la caja negra y sacó un papel doblado. Lo sostuvo con firmeza por una esquina, dio media vuelta y volvió a ocupar rápidamente su lugar entre la multitud, donde permaneció ligeramente apartado de su familia, sin bajar la vista a la mano donde tenía la papeleta.

—Allen —llamó el señor Summers—. Anderson… Bentham.

—Ya parece que no pasa el tiempo entre una lotería y la siguiente —comentó la señora Delacroix a la señora Graves en las filas traseras—. Me da la impresión de que la última fue apenas la semana pasada.

—Desde luego, el tiempo pasa volando —asintió la señora Graves.

—Clark… Delacroix…

—Allá va mi marido —comentó la señora Delacroix, conteniendo la respiración mientras su esposo avanzaba hacia la caja.

—Dunbar —llamó el señor Summers, y la señora Dunbar se acercó con paso firme mientras una de las mujeres exclamaba: «Ánimo, Janey», y otra decía: «Allá va».

—Ahora nos toca a nosotros —anunció la señora Graves y observó a su marido cuando este rodeó la caja negra, saludó al señor Summers con aire grave y escogió una papeleta de la caja. A aquellas alturas, entre los reunidos había numerosos hombres que sostenían entre sus manazas pequeñas hojas de papel, haciéndolas girar una y otra vez con gesto nervioso. La señora Dunbar y sus dos hijos estaban muy juntos; la mujer sostenía la papeleta.

—Harburt… Hutchinson…

—Vamos allá, Bill —dijo la señora Hutchinson, y los presentes cercanos a ella soltaron una carcajada.

—Jones…

—Dicen que en el pueblo de arriba están hablando de suprimir la lotería —comentó el señor Adams al viejo Warner. Este soltó un bufido y replicó:

—Hatajo de estúpidos. Si escuchas a los jóvenes, nada les parece suficiente. A este paso, dentro de poco querrán que volvamos a vivir en cavernas, que nadie trabaje más y que vivamos de ese modo. Antes teníamos un refrán que decía: «La lotería en verano, antes de recoger el grano». A este paso, pronto tendremos que alimentarnos de bellotas y frutos del bosque. La lotería ha existido siempre —añadió, irritado—. Ya es suficientemente terrible tener que ver al joven Joe Summers ahí arriba, bromeando con todo el mundo.

—En algunos lugares ha dejado de celebrarse la lotería —apuntó la señora Adams.

—Eso no traerá más que problemas —insistió el viejo Warner, testarudo—. Hatajo de jóvenes estúpidos.

—Martin… —Bobby Martin vio avanzar a su padre.— Overdyke… Percy…

—Ojalá se den prisa —murmuró la señora Dunbar a su hijo mayor—. Ojalá acaben pronto.

—Ya casi han terminado —dijo el muchacho.

—Prepárate para ir corriendo a informar a tu padre —le indicó su madre.

El señor Summers pronunció su propio apellido, dio un paso medido hacia adelante y escogió una papeleta de la caja. Luego, llamó a Warner.

—Llevo sesenta y siete años asistiendo a la lotería —proclamó el señor Warner mientras se abría paso entre la multitud—. Setenta y siete loterías.

—Watson… —el muchacho alto se adelantó con andares desgarbados. Una voz exhortó: «No te pongas nervioso, muchacho», y el señor Summers añadió: «Tómate el tiempo necesario, hijo». Después, cantó el último nombre.

—Zanini…

Tras esto se produjo una larga pausa, una espera cargada de nerviosismo hasta que el señor Summers, sosteniendo en alto su papeleta, murmuró:

—Muy bien, amigos.

Durante unos instantes, nadie se movió; a continuación, todos los cabezas de familia abrieron a la vez la papeleta. De pronto, todas las mujeres se pusieron a hablar a la vez:

—Quién es? ¿A quién le ha tocado? ¿A los Dunbar? ¿A los Watson?

Al cabo de unos momentos, las voces empezaron a decir:

—Es Hutchinson. Le ha tocado a Bill Hutchinson.

—Ve a decírselo a tu padre —ordenó la señora Dunbar a su hijo mayor.

Los presentes empezaron a buscar a Hutchinson con la mirada. Bill Hutchinson estaba inmóvil y callado, contemplando el papel que tenía en la mano. De pronto, Tessie Hutchinson le gritó al señor Summers:

—¡No le has dado tiempo a escoger qué papeleta quería! Te he visto, Joe Summers. ¡No es justo!

—Tienes que aceptar la suerte, Tessie —le replicó la señora Delacroix, y la señora Graves añadió:

—Todos hemos tenido las mismas oportunidades.

—¡Vamos, Tessie, cierra el pico! —intervino Bill Hutchinson.

—Bueno —anunció, acto seguido, el señor Summers—. Hasta aquí hemos ido bastante deprisa y ahora deberemos apresurarnos un poco más para terminar a tiempo.

Consultó su siguiente lista y añadió:

—Bill, tú has sacado la papeleta por la familia Hutchinson. ¿Tienes alguna casa más que pertenezca a ella?

—Están Don y Eva —exclamó la señora Hutchinson con un chillido—. ¡Ellos también deberían participar!

—Las hijas casadas entran en el sorteo con las familias de sus maridos, Tessie —replicó el señor Summers con suavidad—. Lo sabes perfectamente, como todos los demás.

—No ha sido justo —insistió Tessie.

—Me temo que no —respondió con voz abatida Bill Hutchinson a la anterior pregunta del director del sorteo—. Mi hija juega con la familia de su esposo, como está establecido. Y no tengo más familia que mis hijos pequeños.

—Entonces, por lo que respecta a la elección de la familia, ha correspondido a la tuya —declaró el señor Summers a modo de explicación—. Y, por lo que respecta a la casa, también corresponde a la tuya, ¿no es eso?

—Sí —respondió Bill Hutchinson.

—Cuántos chicos tienes, Bill? —preguntó oficialmente el señor Summers.

—Tres —declaró Bill Hutchinson—. Está mi hijo, Bill, y Nancy y el pequeño Dave. Además de Tessie y de mí, claro.

—Muy bien, pues —asintió el señor Summers—. ¿Has recogido sus papeletas, Harry?

El señor Graves asintió y mostró en alto las hojas de papel.

—Entonces, ponlas en la caja —le indicó el señor Summers—. Coge la de Bill y colócala dentro.

—Creo que deberíamos empezar otra vez —comentó la señora Hutchinson con toda la calma posible—. Les digo que no es justo. Bill no ha tenido tiempo para escoger qué papeleta quería. Todos lo han visto.

El señor Graves había seleccionado cinco papeletas y las había puesto en la caja. Salvo estas, dejó caer todas las demás al suelo, donde la brisa las impulsó, esparciéndolas por la plaza.

—¡Escúchenme todos! —seguía diciendo la señora Hutchinson a los vecinos que la rodeaban.

—¿Preparado, Bill? —inquirió el señor Summers, y Bill Hutchinson asintió, después de dirigir una breve mirada a su esposa e hijos.

—Recuerden —continuó el director del sorteo—: Saquen una papeleta y guárdenla sin abrir hasta que todos tengan la suya. Harry, tú ayudarás al pequeño Dave.

El señor Graves tomó de la manita al niño, que se acercó a la caja con él sin ofrecer resistencia.

—Saca un papel de la caja, Davy —le dijo el señor Summers. Davy introdujo la mano donde le decían y soltó una risita—. Saca solo un papel —insistió el señor Summers—. Harry, ocúpate tú de guardarlo.

El señor Graves tomó la mano del niño y le quitó el papel de su puño cerrado; después lo sostuvo en alto mientras el pequeño Dave se quedaba a su lado, mirándolo con aire de desconcierto.

—Ahora, Nancy —anunció el señor Summers. Nancy tenía doce años y a sus compañeros de la escuela se les aceleró la respiración mientras se adelantaba, agarrándose la falda, y extraía una papeleta con gesto delicado—. Bill, hijo —dijo el señor Summers, y Billy, con su rostro sonrojado y sus pies enormes, estuvo a punto de volcar la caja cuando sacó su papeleta—. Tessie…

La señora Hutchinson titubeó durante unos segundos, mirando a su alrededor con aire desafiante y luego apretó los labios y avanzó hasta la caja. Extrajo una papeleta y la sostuvo a su espalda.

—Bill… —dijo por último el señor Summers, y Bill Hutchinson metió la mano en la caja y tanteó el fondo antes de sacarla con el último de los papeles.

Los espectadores habían quedado en silencio.

—Espero que no sea Nancy —cuchicheó una chica, y el sonido del susurro llegó hasta el más alejado de los reunidos.

—Antes, las cosas no eran así —comentó abiertamente el viejo Warner—. Y la gente tampoco es como en otros tiempos.

—Muy bien —dijo el señor Summers—. Abran las papeletas. Tú, Harry, abre la del pequeño Dave.

El señor Graves desdobló el papel y se escuchó un suspiro general cuando lo mostró en alto y todos comprobaron que estaba en blanco. Nancy y Bill, hijo, abrieron los suyos al mismo tiempo y los dos se volvieron hacia la multitud con expresión radiante, agitando sus papeletas por encima de la cabeza.

—Tessie… —indicó el señor Summers. Se produjo una breve pausa y, a continuación, el director del sorteo miró a Bill Hutchinson. El hombre desdobló su papeleta y la enseñó. También estaba en blanco.

—Es Tessie —anunció el señor Summers en un susurro—. Muéstranos su papel, Bill.

Bill Hutchinson se acercó a su mujer y le quitó la papeleta por la fuerza. En el centro de la hoja había un punto negro, la marca que había puesto el señor Summers con el lápiz la noche anterior, en la oficina de la compañía de carbones. Bill Hutchinson mostró en alto la papeleta y se produjo una reacción agitada entre los congregados.

—Bien, amigos —proclamó el señor Summers—, démonos prisa en terminar.

Aunque los vecinos habían olvidado el ritual y habían perdido la caja negra original, aún mantenían la tradición de utilizar piedras. El montón de piedras que los chicos habían reunido antes estaba preparado y en el suelo; entre las hojas de papel que habían extraído de la caja, había más piedras. La señora Delacroix escogió una piedra tan grande que tuvo que levantarla con ambas manos y se volvió hacia la señora Dunbar.

—Vamos —le dijo—. Date prisa.

La señora Dunbar sostenía una piedra de menor tamaño en cada mano y murmuró, entre jadeos:

—No puedo apresurarme más. Tendrás que adelantarte. Ya te alcanzaré.

Los niños ya tenían su provisión de piedras y alguien le puso en la mano varias piedrecitas al pequeño Davy Hutchinson. Tessie Hutchinson había quedado en el centro de una zona despejada y extendió las manos con gesto desesperado mientras los vecinos avanzaban hacia ella.

—¡No es justo! —exclamó.

Una piedra la golpeó en la sien.

—¡Vamos, vamos, todo el mundo! —gritó el viejo Warner. Steve Adams estaba al frente de la multitud de vecinos, con la señora Graves a su lado.

—¡No es justo! ¡No hay derecho! —siguió exclamando la señora Hutchinson. Instantes después todo el pueblo cayó sobre ella.

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Ganadores de Lotería que no tuvieron un final feliz

16 enero, 2020 by El Negrito

Podríamos definir a la envidia como un sentimiento o estado mental en el que uno se siente desdichado por no poseer uno mismo lo que tiene el otro, sea en bienes, cualidades superiores u otra clase de cosas tangibles e intangibles.

Envidia, desazón e incluso rabia, es lo que debió sentir el hermano de un afortunado ganador de la lotería, y protagonista de esta historia, tal es así que pueden hacer una película sobre lo ocurrido en Pensilvania. La sinopsis de esta historia sucedió así…

William Post, conocido como Bud, tuvo la suerte de ser el afortunado ganador de 16.2 millones de dólares en un sorteo de Lotería de Pensilvania.  Hasta aquí, parece una historia muy dichosa, pero normal.

Pero la envidia cobró protagonismo y lleno los titulares, cuando el hermano de Bud, no pudo soportar la ventura de su hermano y…

E intentó matarlo a él y a su esposa para apropiarse de la herencia. Aunque no lo logró y resultó en la cárcel, una serie de sucesos desafortunados siguieron la victoria de William y él simplemente deseó en algún momento no haber nunca ganado el premio de la Lotería Nacional.

Días después de lo sucedido, Bud, afirmó: Todo el mundo sueña con ganar la lotería, pero nadie imagina las pesadillas que conlleva.

Su hermano, fue a la cárcel. Él a veces simplemente, deseó no haber nunca ganado el premio de la Lotería Nacional para no haber sufrido esa terrible experiencia que marcará la vida de su familia.

Y es que como a él, a todos nos gusta el dinero, pero también disfrutar de la vida… sin que nuestro hermano nos la intente quitar. 

La mentira y la ambición.

Mentir como todos sabemos es decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa.

Y la ambición por definición es un deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama.

Si unimos ambos deseos podemos imaginarnos lo que le sucedió a Abraham Shakespeare. Tuvo la suerte o desdicha… de resultar ganador de un premio de nada ni nada menos que 30 millones de dólares en la lotería de Florida.

Abraham, era una persona buena, confiada y de buen corazón. Y hablamos de él y de su historia en pasado, porque muchos se acercaron para aprovecharse de su generosidad.

Una de esas personas malas personas fue Dorice Moore, quien le mintió y le pidió dinero para supuestamente redactar un libro. Al final, ella llevada por la ambición y la codicia, lo mató y quemó su cuerpo para apropiarse de la fortuna. Durante el juicio, definieron a la asesina como una mujer fría y calculadora. Su final, la cárcel; el de Abaham, la muerte. Una historia terrible que empezó con una inmensa alegría al saberse ganador.

Dilapidar. Derrochar. Malgastar los bienes sin prudencia ni mesura.

Esta última historia la protagoniza una afortunada derrochadora que fulminó los 1.6 millones de libras que ganó en la Lotería online.

Callie Rogers de 16 años, se gastó su fortuna en fiestas, amigos vacaciones y drogas. Al final, después de 10 años ya no quedaba nada del dinero ganado. Sin embargo, ella asegura que fue bastante feliz en esos años de despilfarros y juventud.

Para muchos, el final de su historia no es feliz. Sólo ella sabe si el dinero ganado en la lotería la hizo feliz.


Si sueñas y quieres vivir en primera persona tu historia… Lotería. ¡Suerte!

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Dos historias: El que juega por primera vez y el que es constante con sus números. Ambos ganadores.

16 enero, 2020 by El Negrito

Dos historias: El primerizo y el constante

En la novela histórica Historia de dos ciudades del escritor británico Charles Dickens disfrutamos de un relato que ya forma parte de la historia y de la literatura.

La narración se desarrolla en dos países: Inglaterra y Francia. En las ciudades de Londres y París en la época de los albores de la Revolución francesa. La primera ciudad simbolizaría de algún modo la paz y la tranquilidad, la vida sencilla y ordenada; mientras que la segunda representaría la agitación y el caos, el conflicto entre dos mundos en una época en la que se anuncia drásticos cambios sociales.

Dickens no relató la historia de nuestros dos protagonistas, pero seguro que la habría narrado dándole su sello único. Nuestros dos protagonistas viven uno en Mackay, una pequeña ciudad de Australia y el otro en la ciudad americana de Iowa.

En la primera historia nuestro protagonista australiano vio recompensada su constancia y la confianza en su suerte, al ser el afortunado ganador de cinco millones de dólares australianos, más de 3 millones de euros.

En la segunda la protagonista es una dichosa americana, Angélica Chávez, de 27 años que un día decidió jugar por primera vez a la lotería. Al salir del trabajo eso hizo, dejarse llevar por ese nuevo impulso y compró un boleto de lotería con el que ganó un millón de dólares.

Un presentimiento y una buena rutina cambió la vida de dos personas muy diferentes, pero ambas, afortunadas y millonarias.

La historia de esa corazonada nació de un hecho rutinario. Angélica un día estando en su trabajo, en una residencia de ancianos, disfrutaron jugando a una especie de sorteo de lotería con un juego con pelotas numeradas. Angélica siempre jugaba con una misma combinación llevada por ese presentimiento de que esos números eran ganadores, afortunados, y que la iban a hacer millonaria. Ella lo tenía muy claro. Apuntó esos números en su agenda y dijo que algún día los jugaría de verdad, en un gran sorteo.

Y así fue, jugó sus números el 18, 25, 43, 44 y 57 a la lotería americana Mega Millions. El boleto de Angélica fue el único en el país en acertar los números, por lo que ganó un premio de un millón esa noche.

A Angélica el dejarse llevar por un presentimiento la cambió la vida. En Australia, a nuestro otro también joven protagonista fue la constancia, la clave de su premio.

Siempre jugaba a los mismos números. Llevaba mucho tiempo jugando a unos números que había elegido por ser cumpleaños de familiares y sus números preferidos. Le gustaban, eran sus números. Siempre los mismos, en todos los sorteos. Hasta que un día… en un juego de azar parecido a nuestra Primitiva, ganó cinco millones de dólares australianos, más de 3 millones de euros.

En una entrevista que le hicieron comentó que ahora en su vida va a hacer lo que más le gusta. Va a disfrutar de la vida a tope y compartir el premio con su familia.

Dos historias de dos ciudades distintas… de las muchas que cada día nos rodean. Ambas nos recuerdan que la constancia en todo es una virtud. Y el escucharnos, saber lo que queremos y sentimos en la vida, y dejarnos llevar por esa vocecilla interior… siempre al final tiene un final feliz.

Si sueñas… Loterías y la suerte llegará.

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Atrae el dinero con el feng shui

17 diciembre, 2019 by El Negrito

Feng Shui se traduce como tierra y cielo. Con más de 4.000 años, es un arte milenario basado en las corrientes filosóficas del Confucianismo y del Taoísmo. Del primero extrae que el ser humano forma parte integral del universo y, por tanto, es afectado por el cosmos. El Taoísmo defiende que el tao, o camino de la vida, va todo ello de la mano, a la suerte del cielo, de la tierra y la del propio ser humano.

Estas dos grandes corrientes son la base del Feng Shui. Por eso, este arte busca mantener el equilibrio del ser humano con el medio ambiente, así como con los materiales que conforman su hábitat.

En la China Imperial se consideraba el Feng Shui como un asunto de estado, alcanzando a afectar a la propia prosperidad o desdichada de todo el pueblo.

Para el feng shui somos una pequeña partícula del espacio, del cosmos. Por este motivo estamos afectados por las energías del universo en todo momento y en cualquier aspecto de nuestro día a día, determinando la salud, las emociones, los pensamientos. Nos influye de manera directa.

De forma práctica, el Feng Shui es una disciplina que busca mejorar el medio ambiente y la vida través de 5 formas o elementos fundamentales: la tierra, el fuego, el metal, la madera y el agua. Gracias al arte Feng Shui podemos conseguir atraer a nuestro hogar, a nuestra vida, la abundancia y la prosperidad.

Estos son algunos consejos simples para usarlo a nuestro favor:

  • Nuestra puerta de entrada determina la calidad de la energía que fluirá por toda tu casa. Mantén su área de entrada principal siempre limpia, fresca y fluida. Ten una entrada atractiva, ya que es la tarjeta de presentación de nuestro hogar. Procura que no haya nada detrás de la puerta de forma que pueda abrirse por completo.
  • El agua simboliza la riqueza y el dinero para el Feng shui. Procura poner una fuente de decoración en las que esta fluya el agua tanto en tu casa como en el trabajo. Procura no tener elementos que puedan contener agua estancada. Ni grifos, cañerías con fugas, porque, si pierdes agua, es probable que pierdas mucho más.
  • En la vida el color es muy importante. Según el Feng Shui algunos colores atraen a la fortuna.
  • Así el rojo absorbe la buena suerte, la fortuna y la felicidad.
  • El verde nos aporta crecimiento, cambio y esperanza.
  • El negro se asocia con la riqueza y la abundancia, aunque un uso excesivo atraerá una energía demasiado intensa. El negro debe utilizarse con moderación, como un punto culminante o como decoración.
  • El azul es el color del cielo y de la sabiduría. Hay que combinarlo con el verde para obtener mejores resultados.
  • El amarillo es un color de gran efecto, que atrae grandes cantidades de energía positiva. Es el color de la calidez y de la amabilidad. Pero debe usarse con moderación, ya que demasiado amarillo puede afectar a la salud.
  • Según el Feng Shui, para aumentar la riqueza es muy importante poner orden en la vida. Esta filosofía oriental considera que un espacio limpio y ordenado facilita que pueda fluir bien la energía.
  • Uno de los puntos estratégicos para la abundancia y la prosperidad es el Sureste. Para activar esta zona te sugerimos que coloques algún elemento de madera con una fuente de agua. El número 4 es vital. Puedes añadir en ese espacio, por ejemplo, 4 cojines rojos y unas flores.

Si sueñas… Loterías.

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