Un año en el que todos llevamos tapada la boca con mascarilla, podría ser un año en el que nos volvemos comedidos con nuestros comentarios y con nuestras críticas. Pero queda demostrado que opinamos sobre todo, y sobre todos, a la vez que respiramos, hablamos o estornudamos.
El deporte nacional no relacionado con la pelota es, sin duda, la crítica viperina. Juzgamos antes de pensar. Hablamos sin saber. Comentamos sin analizar. Repetimos cual loros las palabras de otros sin siquiera darnos cuenta de lo que en realidad decimos o transmitimos. Pero así somos: no nos callamos ni debajo del agua.
Pero, por otro lado, las opiniones, cuando son sinceras, libres, basadas en el análisis, en el conocimiento o ni siquiera eso; cuando observamos con la mano en el corazón y sólo respetando nuestra convicción, y expresamos nuestra sincera opinión, ese ejercicio es tan sano como el relacionarnos o mimarnos.
Para no empezar la casa por el tejado, lo primero que tenemos que hacer es dedicar un minuto de nuestro estresado tiempo a visionar el anuncio de la Lotería de este año tan extraño.
A mí, sinceramente este año, el anuncio de la Lotería de Navidad no me dice nada. Me deja templada, y eso teniendo en cuenta que estamos en diciembre. Ni me encanta ni me enfada. No me emociona. No me da ganas de compartirlo ni de comentarlo. Es un querer y no poder. Me da la sensación de que se empeñan en emocionarnos cuando las emociones son como las atracciones, como una inmensa conmoción que te atraviesa y te deja paralizada y, a la vez, te crea velocidad en la sangre y en los pensamientos.Este spot, este anuncio, puede pasar deprisa como el 2020, y a ser posible, sin daños colaterales y en zapatillas para no dejar rayones, marcas o ruidos intratables que nos golpeen en el alma recordándonos nuestra delicadeza y nuestra liviana caducidad.
La idea puede que fuera buena, pero la intención emotiva sobrevuela como uno de tantos aviones en los que uno no se para a mirar, a no ser que suelte humo -como puede ser el caso -, meta mucho ruido, -como no lo va a ser- o se estampe -para así llamar la atención sin querer-. Un anuncio rodado en Barcelona y alrededores, con un coste de 800.000 euros que bien podrían haberse donado a cualquiera de las causas sangrantes que nos han acompañado este año, o a empleados para aumentar los premios. Un tren que podía haberse quedado en una vía muerta, en vez de intentar llevarnos del campo a la ciudad, sin pasar por la estación de sensibilidad natural. Quizás, es que este año veinte, veinte, no sume cuarenta, sino esa cifra enorme de infectados y fallecidos en todo el mundo que por mucho que nos empeñemos, nos ha cambiado, no sólo los viajes, los saludos y las reuniones; también nos ha trastocado esa percepción del mundo que nos daba tranquilidad y paz, tanto en el campo como en la ciudad.
Los medios españoles han hablado sobre este anuncio. Voy a señalar la opinión de esta periodista de El Mundo.es con la que coincido:
“Por primera vez en muchos años, en muchos anuncios, el spot de la Lotería de Navidad 2020 me deja igual de fría que un témpano de hielo. Una especie de asepsia, de desinfección, de corrección impasible con la que se intenta llegar, pero no se llega. Estamos acostumbrados a que el anuncio de la Lotería de Navidad nos cuente una historia, una historia que nos llegue al corazón… Sí, se trata de un viaje al pasado, un viaje a través de la historia de la Lotería de Navidad y de nuestra sociedad, y los momentos que intenta representar están muy bien elegidos, pero por alguna razón que no consigo explicar, la emoción de sus predecesores no la consigue”. Esther Mucientes, El Mundo.es
Quizás el próximo año sigamos echando de menos al calvo. Pero seguro, eso seguro, que seguiremos sonriendo y soñando con un premio que compartiremos viajando, creando y disfrutando.
Sueña. Sigue soñando. ¡Suerte!