Comencemos por definir la superstición como la fe desmedida o valoración excesiva respecto de algo. Es una propensión a la interpretación no racional de los acontecimientos, a creer en su carácter sobrenatural, arcano o sagrado.
Este viaje por el mundo de las supersticiones en el juego lo iniciamos con uno de los números que nunca dejan impasible, el 13. Esta superstición tiene su origen en La Última Cena, en la que Cristo anuncia a sus Doce Apóstoles su inminente crucifixión debido a la traición de uno de ellos. Desde entonces, muchas son las supersticiones, manías o ritos ligados a este número, el trece.
Lo mismo que hay personas que se niegan a cenar si en la mesa hay 13 personas, por la maldición que dice que una de ellas morirá antes de un año. Hay otras que por el mismo motivo, son adictos a ese número hasta tal punto que reservan todo el año varias series terminadas en trece. Por supuesto, juegan todos los días trece del año, incidiendo y aprovechando al máximo los que caen en martes o en viernes. Si el refranero dice: “En trece y martes ni te cases ni te embarques”. Ellos, no sólo se embarcan, sino que lo cargan.
También son muchos los que llevan una moneda de oro, o bien un alfiler en la chaqueta durante los días claves del sorteo, en Navidad, algunos no salen de casa sin llevar consigo su llave antigua de hierro en el bolso para atraer a la buena suerte.
Análogamente, otros tantos coinciden en la superstición de llevar una serie de monedas, no de oro, sino unas seleccionadas y concretas, por ejemplo, del año en que nacieron, con sus terminaciones o de sus países fetiche.
No podemos olvidarnos de la creencia de los poderes místicos que tienen los tréboles de cuatro hojas. Proceden principalmente de leyendas de tradición irlandesa. Cuentan las historias que estas plantas te otorgaban el don de ver las hadas y así poder eludirlas. Mientras que los tréboles de tres hojas nos protegen de las hadas, los de cuatro nos hacen dueños de ellas. Hoy en día, son muchos los que los llevan en llaveros y monederos ya que la suerte comienza con el simple hecho de encontrarse uno.
Algo tan sencillo como frotar el décimo por el vientre de una embarazada, de un calvo o la espalda de un jorobado, son supersticiones que se remontan muchos años atrás y que aún siguen vigentes entre muchos jugadores de Lotería.
Los sueños asimismo influyen mucho a los supersticiosos. Soñar con un toro es síntoma de tener ese día mucha suerte, por lo que se aprovecharía para dejarse llevar y apostar en la lotería, con los boletos o números marcados por la intuición. Soñar con fuego también puede atraer los premios, sobre todo si se despierta uno en mitad de la pesadilla.
Existen supersticiones a la hora de acercarse a la Administración de Lotería. Hay personas que tienen una serie de rituales que marcan la compra del décimo: Elegir el día del mes, según sea par o impar o el mismo día. Entrar con el pie izquierdo en el local. Si hay una gran cola para comprar el décimo y es un día par, ponte a la derecha de la fila, si es un día impar, a la izquierda. Asegúrate de que el lotero se entregue el billete con la mano derecha…
Una vez conseguido los décimos elegidos, son muchos, sobre todo los que viven en la zona de Galicia, los que cuelgan el boleto de una herradura o lo colocan cerca de una virgen o de una figura santa que se tenga en casa, para asegurarse la buena ventura.
Otros confían en las velas amarillas, por lo que los días señalados están siempre encendidas velando y llamando a la suerte.
Todos cuando compramos boletos, bien sean de Navidad o de otros sorteos, deseamos ser los afortunados ganadores. ¿Quién no ha guardado el boleto en un lugar especial que le da suerte, o ha deseado ser el agraciado mientras soplaba una vela o, incluso, ir con rapidez a comprar con los números en la cabeza después de un sueño premonitorio?
En definitiva, cuando nos sentimos con buena estrella, tenemos que aprovecharlo. Así lo resume un sabio proverbio judío: Cuando la suerte entra, ¡ofrécele un asiento! Sin olvidar las acertadas palabras de Virgilio: La fortuna se pone de parte del que se atreve.