Agarrado. Avaro. Mezquino. Roñoso… un sinfín de adjetivos designa a un tipo de persona que al igual que el Sr. Bruns de Los Simpson valora tanto el dinero que es tan sumamente rácano y miserable, que no gasta un céntimo ni en él ni, por supuesto, en los demás.
Él sería un tacaño de libro. De exposición. De medalla de honor. Pero como todo en la vida, hay grados de cutrez o de generosidad, según lo queramos ver.
Todas las obsesiones son enfermizas. Quien se obsesiona con acumular dinero no suele ser capaz de disfrutar, de ser feliz, porque convive con la sensación de permanente carencia, de necesitar más.
El grado de satisfacción de las personas podríamos verlo como: la distancia entre lo que uno tiene y lo que desea. Esa distancia se puede reducir de dos maneras: aumentando lo que uno tiene o reduciendo lo que desea. El ansia de aumentar los ingresos o de ahorrar es, por supuesto, más que legítimo y loable, pero al mirar a nuestro alrededor todos conocemos a personas que tienen una auténtica obsesión por ganar o por no gastar hasta el punto de resultar difícil la convivencia con ellos.
El Tío Gilito, otro avaro de honor, se zambulle en su mar de monedas bien alejado de los ojos de los demás. Esas personas poseen un auténtico afán por acumular dinero, riqueza, posesiones y no desean compartirlas con nadie.
Muchos tacaños no consideran que ser excesivamente ahorrativo entrañe algún tipo de problema. Pero sí lo es, si su lema es Guardar el dinero por guardarlo, y su actitud va unida a un no saber disfrutar de la vida y a no ser capaces de hacer una invitación a cenar si no es una situación extrema, o tener un detalle, un merecido regalo sino hay otros que desembolsen más de la mitad.
A algunos tacaños la posibilidad de conseguir más dinero como caído del cielo, como jugando a la lotería o a los juegos de azar, les motiva tanto que son auténticos adictos. Mientras que otros son profesionales de la estadística, de los números y de las grandes posibilidades de La Lotería.
Por desgracia ya lo dijo Publio Siro, escritor de la antigua Roma: Al pobre le faltan muchas cosas; al avaro, todas.
Algunos psicólogos explican el comportamiento tacaño a un rasgo de la personalidad que se ha producido desde la infancia cuando los padres retienen tanto el dinero como el afecto, o como respuesta a la carencia de afecto en la etapa de la niñez. Sea como fuere, también afirman que este comportamiento puede aminorarse.
Y cambiando de tercio, las manías de los maniáticos son un medio, según los psicólogos, que permite ganar confianza y control sobre lo que nos rodea. Mientras realizamos un ritual tenemos la sensación de que estamos ordenando el caos que nos rodea y nuestra ansiedad se reduce.
Famosos con manías muy conocidas las tenemos todos en mente: Rafa Nadal no puede hacer un saque en un partido de tenis sin seguir una complicada rutina con las manos, el pantalón y la cinta del pelo. Madonna según nos cuentan, exige en los hoteles un inodoro sin estrenar o Jennifer López que viaja con sus propias sábanas hechas de 250 hilos. O el aprensivo Woody Allen que se toma la temperatura cada dos horas.
Manías. Si lo pensamos bien. Todos somos un poco especialitos. Pero nuestras manías, como son nuestras las vemos con otros ojos. Vemos normal relimpiar los cubiertos cuando comemos, aun estando limpios porque somos requetelimpios. O doblar sin mirar el número del boleto de lotería, porque nos da suerte. O ir apuntando cada día las monedas sueltas y luego con esos números, jugar la Primitiva y al Euromillones.
Quién esté libre… que tire la primera piedra. Todos somos un poco avariciosos. Hemos de reconocer que queremos más. Para mejorar. Para vivir mejor. O incluso, para compartir con los que más queremos. Todos soñamos con trabajar menos. Con disfrutar más… y si nos da suerte, un billetero antiguo de nuestro abuelo. O jugar en día impar… pues… ¡suerte! Mucha suerte… y sueña. ¡Disfruta y vive!