Todos sabemos que hemos sufrido y estamos padeciendo, con más o menos cicatrices, el paso y la gran quedada de este cochino Coronavirus.
Por desgracia a nadie le suena a chino, y nunca mejor dicho, la palabra Covid-19. Al principio ni dormíamos, ni casi vivíamos, atrapados. Agazapados como animales acorralados que solo sacan los ojos para mirar pero sin querer destacar, no sea que, un ser forastero, nos señale con el dedo y nos insufle ese dicho virus, por un Real Decreto desconocido y grimoso.
Pero esos momentos de pánico, de angustia, de dolor, de parálisis de alma, como conejos al que le dan las largas por la noche, desde un coche en marcha… pasan. Marchan. Sin embestir, pero vistiéndonos cómo extraterrestres en un planeta que no es el nuestro, es el de unos seres enanos, microscópicos que, por ser tan cobardes, nos atacan invisibles y silenciosos.
Pero todo avanza, todo pasa o al menos, cambia. Y un día, esperemos que no muy lejano, cada uno contaremos nuestra historia y, por desgracia, las habrá para todos los públicos y otras solo para los más duros.
Pero si de algo nos hemos dado cuenta son de las cosas que este dichoso virus no ha podido cambiar.
Empecemos con un estupendo video del cantautor puertorriqueño Samuel Hernández Lo que este virus me enseñó. Y sigamos con lo que no ha podido cambiar:
Los amigos. Los verdaderos amigos. Siguen y seguirán.
Con el confinamiento nos hemos relacionado más. Hemos dado guerra virtual, con teléfonos, ordenadores y algunos desde balcones han reafirmado a los conocidos, que han pasado en poco a ser más que amigos.
Y los compadres de siempre. Los fieles con los que nos íbamos de viaje, de tapas, de juergas… a los que dábamos la murga, contábamos las penas. Con ellos, hemos pasado largas noches mirándonos entre pantallas, desvariando y a veces, hasta literalmente, quedándonos dormidos, casi roncando, mientras el resto de los amigos se despedían a más de las tres de la madrugada, proponiendo otra quedada el próximo viernes… Hasta mañana. Cuidaros…
Nuestra cultura de la comida. Con sus hábitos, ceremonias y reuniones.
Los españoles somos cocinillas. Hemos saqueado cuales fieles seguidores de Atila, los estantes con harinas y levaduras para hacer masas, empanadas y rica repostería.
Hemos innovado a la fuerza con lo que teníamos en la despensa, convirtiéndonos en grandes chefs sin estrellas, pero con muchos soles y alegrías.
Hemos compartido recetas. Vídeos. Fotos con nuestros platos… y por supuesto, comidas virtuales. Cada uno con su ordenador, su plato y su vaso de vino. Sin manchar ese teclado con el que también trabajamos, nos expresamos, y ya casi, soñamos.
Nuestro humor.
Nos hemos tronchado con las imitaciones de los que más salen en la televisión. Hemos hecho chistes de todo. Y cuando digo de todo, es de todo. Hemos tenido que borrar vídeos graciosísimos e imágenes tronchantes por no tener espacio y, sobre todo, por dejar sitio para las que sabíamos que llegaban de cinco en cinco.
Hemos actualizado refranes:
- No por mucho madrugar, vas a salir a desayunar.
- Aunque quieras fiesta y guasa, a esperar en tu casa.
- Deja para mañana lo que no puedas limpiar hoy.
- Santa rita rita rita… estate en casa quietecita.
Y sobre todo, quiénes somos.
Somos un pueblo, un país lleno de contrastes, pero en el fondo somos todos iguales. Nos gusta comer y beber.
Nos gusta el sol, y hemos arañado sus rayos hasta alargando el cuello desde la ventana del baño.
Lo intentamos, siempre lo intentamos. O al menos, nos lo proponemos aunque no lo consigamos. Los unos a hacer deporte, los otros a aprovechar para aprender idiomas. Los más aventajados, para estudiar nuevas carreras.
Hemos limpiado como nunca. Desinfectado hasta las lámparas, que de puro limpias, nos han cambiado no solo las luces, sino también nuestra mirada. Pero seguimos siendo la misma marea roja que invadió las calles en los mundiales. Los mismos soñadores.
Hemos sacado y seguiremos sacando lo mejor de nosotros para volver a las procesiones, ferias, fiestas, manifestaciones…
Y como no hay cuarentena que 100 años dure… soñaremos, sonreiremos y al final… saldremos. Saldremos todos. Nosotros y los que llevamos en nuestros corazones, con los que hemos cantado canciones y emocionado con sus conversaciones. Saldremos. Nos reencontraremos. Y nos contaremos nuestros nuevos sueños, o los mismos, pero más llenos de nosotros mismos.
Sueña. Vive y siempre, sonríe.