La solución a esa pregunta la dio una vez mi abuela con suma elegancia: Simplemente, porque nadie quiere ser el único al que no le toque. A esta contestación auténtica y sencilla todos aseveramos diciendo: Desde luego yo no quiero ser el único desafortunado que no participe… ¡yo también me sumo a la peña! ¡Cuenta conmigo!
Es cierto que hay pocas posibilidades de ser los agraciados del Gordo de Navidad. Según afirman los matemáticos, al comprar un boleto de lotería, nuestras posibilidades de ganarla son las mismas de que, por azar, seleccionemos, al abrir la guía en la que está nuestro nombre, la página adecuada en la que aparece nuestro número de teléfono.
Es difícil, lo sabemos, pero no podemos, ni queremos evitar, permitir que nuestra imaginación vuele en los días previos a los grandes sorteos de lotería. Soñamos despiertos, fantaseando con un horizonte sin limitaciones económicas. Nos ilusionamos con una nueva vida en la que no tenemos que madrugar ni soportar jefes, manipulaciones, problemas… y, sobre todo, en la que hacemos con nuestro tiempo aquello que más deseamos, con una gran sonrisa en los labios y en el corazón.
Seguimos jugando… porque un boleto de lotería nos compra esperanza. Nos da la posibilidad de que se cumplan nuestros deseos. Nos aporta seguridad. Nos concede el genio de los sueños, la posibilidad de meternos en un túnel especial, en el que nos situamos en el mundo y vemos cómo seríamos libres de problemas económicos. Qué haríamos, qué no… en una palabra, nos va hacer conocernos mejor. Saber realmente lo que queremos. Y, de alguna manera, nos impulsa a dar un paso adelante. El primero quizás para decidirnos a comprar el boleto, el segundo, para ilusionarnos, y el tercero, no cabe duda, para tomar las decisiones correctas que nos permitan alcanzar esos sueños que parecían inalcanzables, ahora ya no tan lejanos e irreales. Quién sabe si… somos los agraciados.
A la pregunta de que por qué seguimos jugando, los profesionales y expertos en comportamiento, son los doctores en sociología y psicología, manifiestan: La racionalidad queda subordinada a la emoción y al poder de la imaginación. Quien ha comprado lotería disfruta con el proceso pensando qué haría en caso de ser agraciado o a quién ayudaría. Es un procedimiento que se compara al que se experimenta cuando se compra un objeto muy deseado: El consumo muchas veces no satisface necesidades reales, la lotería tampoco. Pero aun así, nuestro cerebro emocional se impone al racional esperando atraer un golpe de suerte.
Yo lo tengo muy claro: no quiero ser el único a quien no le toque. Jugar quizás sea un hecho más psicosociológico que racional. Una costumbre. Pero para mí, es un deseo que me da confianza y ganas de avanzar.
Si sueñas como yo… Loterías. No te defraudarán.