Podríamos empezar diciendo que la amistad es una relación afectiva que se puede establecer entre dos o más individuos, en la que los valores fundamentales son el amor, la lealtad, la solidaridad, la incondicionalidad, la sinceridad y el compromiso, que se cultiva con el trato constante y el interés recíproco a lo largo del tiempo.
Y ya siendo cultos o leídos, añadiríamos que la palabra amistad proviene del latín amicĭtas, por amicitĭa, de amicus, amigo. Y que este último término, por su parte, procede del verbo amāre, que significa amar.
Y para terminar de explicar lo que todos sabemos, tenemos y sentimos, podríamos concretar diciendo que: la amistad es una de las relaciones interpersonales más comunes que la mayoría de las personas tienen en la vida, que se da en distintas etapas de la vida y en diferentes grados de importancia y trascendencia.
Que nace cuando las personas encuentran inquietudes y sentimientos comunes al igual que confianza mutua. Que hay amistades que nacen a los pocos minutos de relacionarse y otras que tardan años en hacerlo.
Muy bien, la teoría está dicha, sabida y archiconocida. Pero luego las relaciones afectivas entre amigos, compañeros y conocidos, es complicada y muchas veces cogida con hilos… A los que intentamos convertir en gruesas cuerdas para afianzar y evitar que se fracturen y se desintegren.
Con los amigos viajamos, comemos, salimos de marcha, celebramos fiestas, nos hacemos fotos, vamos al gimnasio, al spa, cambiamos películas, juegos, hasta ropa.
Jugamos al fútbol, vamos al cine, celebramos noches de videojuegos, de poker, salimos con la bici, quedamos en el centro comercial, coincidimos sacando el perro, quedamos en la cafetería… Y así un sinfín de actividades con las que no sólo disfrutamos, sino también, intercambiamos ideas, informaciones y sentimientos.
El hecho de compartir los buenos y malos momentos de la vida, nos une de tal manera, que nos despertamos y les buscamos en las redes antes casi de desayunar, les contestamos incluso en el cine o casi casi, desde el fondo del mar.
Está claro, nos enriquecemos mutuamente haciendo cosas juntos. Nos encanta hacer y descubrir cosas nuevas con ellos, porque nos hace sentirnos bien. Nos une más. Nos encanta ser los primeros en descubrir las cosas, las noticias o las risas… Y contárselo para afianzar aún más esos lazos tan importantes y esenciales.
¿Por qué comprar un décimo de lotería con amigos? Sencillamente, porque lo bueno siempre lo queremos compartir. Así de simple. Nos une y nos atrapa. Nos hace sentir parte del grupo. Tenemos nuestros números, nuestro décimo. Compartimos la misma suerte y disfrutaremos de las ventajas, ilusiones, escapadas, excursiones o, simplemente, con el dinerito obtenido, todos decidiremos qué hacer, si una cena, un viaje… Lo que sea, pero compartido.
La vida tiene momentos buenos y malos, y compartir un décimo, es repartir ilusiones, proyectos y sonrisas. Siempre es una buena idea tener la posibilidad de sonreír y compartir en grupo, y que mejor, si al final, nuestro deseo participativo nos sale millonario. Es nuestra ilusión.